12.26.2008

Ojo al aviso



Texto escrito originalmente para mi columna Ojos Bien Abiertos del mes de enero, en Diario El Universo. Al final me pidieron reemplazarla: probablemente fue una visión algo negativa para arrancar 2009.

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De los pocos auto-regalos que me hice durante la temporada navideña, un pequeño libro destaca como inspiración para mi primera columna del año. Compilado por Manuel Kingman y Ana Lucía Garcés (www.experimentosculturales.com), Ojo al aviso es un loable esfuerzo por observar, a través de cientos de imágenes de letreros urbanos populares, los esquivos signos de nuestra identidad como país. En este caso, la edición recoge la rotulación artesanal en la ciudad de Quito, un arte a punto de desaparecer engullido por la tecnología y leyes municipales.



La tarea no es fácil. Empantanadas entre áridos análisis y publicaciones de limitadísimo alcance, las visiones de nuestra supuesta identidad llegan máximo a fotografías de ambientes rurales miserables y violencia primitiva glorificada en diversas piezas de arte actual. El asunto no prospera: una sociedad culturalmente fraccionada como la Ecuatoriana tiene las de perder al momento de definir quién es.

Muchos estudiosos de la materia pintan el asunto como algo necesariamente estructurado y planificado: la identidad se construye en base a una agenda previa, una narrativa coherente que desenrede nuestros variopintos perfiles y haga eco a idiosincrasias en un solo discurso. Mezcle lentamente y sirva adornado para las masas.

El caso de Colombia es rescatable y digno de emular: una sociedad con imagen magullada en el pasado, hoy en día liderando en diversos aspectos (diseño, moda, arte) de la cultura contemporánea.

Mientras tanto, nosotros Ecuatorianos seguimos mal parqueados, viendo hacia 2009 con la misma parsimonia con la que vimos y vivimos 2008. El tiempo se nos pasa entre Messenger y Facebook, Arjona y Reggaeton, en vivir a full la diferencia entre consumir y producir. Quién sabe, puede que esta sea nuestra identidad: un simple reflejo de lo que sucede por otros lares, sombras y sobras que ya nadie quiere y acogemos con corazón y bolsillo abierto.

Cuando las imágenes de humildes artesanos a kilómetros de distancia pueden inspirarme más que la gente que respiro a lo largo de mis días, es hora de pensar, justamente, en el título del libro que corona esta columna. Ojo, es un aviso.

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