6.11.2009

Caden & Hanna



Texto aparecido originalmente en mi columna Ojos Bien Abiertos de junio/2009, en Diario El Universo.

Mi combo Hannah Montana: soporté la película, vi dos capítulos de la serie y escuché tres veces y media el disco. Todo eso, solo hoy.

Para los ermitaños que no saben de lo que hablo (o para quienes no tienen dos hijas hannahtizadas como yo), me refiero a una niña de 15 años llamada Miley Cirus. Con su serie de Disney Channel juega a vivir una identidad oculta, la de Hannah Montana, estrella de música pop. En el show, Miley se disfraza de Hannah y luego vuelve a casa para ser Miley, hija de quien también es su padre en la vida real: Billy Ray Cirus.

Para ponernos algo más psicóticos, tanto Miley como su álter ego Hannah tienen -en la realidad- exitosas carreras musicales, lo que significa que si Hannah y Miley ganan en, digamos, los Billboard Awards, la misma persona va a subir a recibir los premios de dos artistas diferentes. En fin, exitosa maquinaria preadolescente que alterna entre realidad, fantasía y muchas pelucas rubias.

Les menciono a Hannah (y Miley) no porque sea un fan -más bien a estas alturas sería un freak- sino porque hoy también vi otra película: Synecdoche, Nueva York. Obra maestra de Charlie Kaufman (Being John Malkovich, Adaptation), es un bizarro drama de humor negrísimo y corte existencialista centrado en la vida de Caden Cotard, exitoso director de teatro que invierte varias décadas en el montaje de una obra imposible que busca reconstruir su vida (y la ciudad de Nueva York) dentro de un escenario.

Aunque densa y extensa, verla me generó una serie de paralelismos entre Hannah y Caden: dos egos gigantes. Dos personajes que cargan con el peso de ‘su’ mundo sobre los hombros. Dos vidas en constante esquizofrenia. Una niña y un anciano que no saben quiénes son.

Parece que, niños o adultos, siempre queremos ser otros. Caden es Hannah Montana con calvicie y sobrepeso: una persona que convierte su vida real en una actuación y una muestra viviente de que, por más que lo intentes, no puedes compactar todas las aventuras y desventuras de la vida en una obra de dos horas. O en un disco de doce canciones.

Me pregunto qué pasaría si Hannah siguiera en el aire hasta los 60 años. Probablemente, llena de cirugías y (ahora sí) obligada a utilizar peluca, trataría de convencer a su mejor amiga para montar una obra en Broadway con nombre rimbombante que la inmortalice: Hannah & Miley, the best of both worlds. Noche a noche, luego de caído el telón, el director de la obra agradecería la ovación junto con su musa. Caden abrazaría a Hannah mientras, lentamente, susurra en su oído el título de su canción favorita: Let’s get crazy.

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