10.17.2012

Guayaquil revive por ti




Recuerdo esos primeros -y eternos- segundos de Kids (Larry Clark+Harmony Korine, 1995). Un close-up extremo -tanto que inicia irreconocible- a la boca de un par de adolescentes destruyéndose a besos. Los únicos sonidos: un concierto de labios, lenguas, saliva. Es un momento de intimidad masiva, de compartir la pericia de un sexo que bordea la ilegalidad con la audiencia estática. Si no asquea, es porque cada uno de nosotros quiere, o quiso, estar ahí.




Ese inolvidable arranque me asaltó en la oscuridad de Supercines durante una de las últimas escenas -Lucas y Paula en el colchón- de Sin Otoño, Sin Primavera. No confirmo que Iván Mora, su nóvel director, se haya inspirado en el filme de Larry Clark, pero al menos me arrancó una sonrisa cómplice.

Y es que Sin Otoño... se trata de justamente eso: de ser cómplice con la adolescencia temprana y la tardía; con los consumibles y los consumidores; con los tirados y los tirones; con los perdedores y, bueno, los perdedores. Porque, ¿qué son los jóvenes sino perdedores? unos beautiful losers...pero losers al fin y al cabo. Al menos, lo es todo pelado que se respete.

--

Mi adolescencia fue de constante decepción hacia esta ciudad. Hasta el día de hoy, ensayo la propuesta de que Guayaquil no quiere ser joven. Con pocos años de vida, buscamos desesperadamente el disfraz de la seriedad, el matrimonio, el auto, el buen departamento, los muebles de Sukasa, las camisas Polo y los zapatos de cuero. Aparentar para reinar dentro de una sociedad diminuta. La monarquía de la imaginación.

La fábula de Mora -y fábula es, porque funciona como una visión distorsionada e idealizada de la realidad- revaloriza a Guayaquil como una ciudad donde también tenemos derecho al fracaso. Donde podemos drogarnos, alcoholizarnos y tirar antes de morir. Una ciudad donde tenemos derecho a ser rockstars, así sea por una noche en algún bar de Las Peñas o trepados en el balde de una camioneta con muchas peladas y pocas opciones. La ciudad debe enterarse, y Sin Otoño, Sin Primavera nos cuenta su apócrifo evangelio a la manera correcta: cómodo y a oscuras, con hotdog y coca cola en mano.

Finalmente -y como dice ese desencantado personaje llamado Rafa- acá toca irse o adaptarse: Sin Otoño, Sin Primavera es un film de abundante factura técnica, con un guión que sale airoso y un soundtrack valioso. Pero es también un desfile de actuaciones destempladas y una que otra situación desdibujada. Ahora, si puedes entregarte al hecho de que nada es perfecto -en esta película y en esta ciudad-, puedes, durante un par de horas, convertirte en ese adolescente que siempre quisiste ser, pero que la hipoteca te ganó por puesta de mano. Vale la pena el intento.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario