Columna publicada en Revista Sambo de Diario El Universo, Enero 2013.
I
Hace pocos días estuve en un matrimonio familiar. Entre whiskies y canapés, parado frente a la densamente poblada pista de baile, pasó frente a mis ojos toda una enciclopedia de relaciones e interacciones humanas. Pero no eran sólo momentos de hola y chao. Era algo más allá: Ojos que ven. Manos que vienen. Besos cortos y abrazos largos. Las parejas moviéndose de lado a lado guiadas por los ritmos de moda. Algunos tiesos y otros diestros pero, finalmente, todos ahí, calentando motores para la siguiente tanda de canciones y demostraciones.
II
En algún momento de la noche, pensé en el destino de (la banda de pop) Black Eyed Peas y su antiguo éxito, Where is the love. Buena canción: un tema no solo para el diversión, sino también para la reflexión. Es uan pena que la banda, -así como muchas relaciones- terminó como una de esas luces intermitentes que ponen en las pistas de baile: prendiéndose y apagándose de manera robótica, aparentemente divertidas, pero intrascendentes e innecesarias.
III
En una fiesta de matrimonio, el baño se convierte en accesorio esencial para el emparejamiento. Calculo que por cada hora, se realiza mínimo una visita para el chequeo de rutina. Retoques del maquillaje, chismes y cotilleos, revisión minuciosa para asegurarse que todo se encuentre en su lugar. Hombres y mujeres por igual adoptan el espacio como un oasis de intimidad, donde pueden dejar de proyectarse durante breves minutos y salir energizados, listos para una nueva y posiblemente afortunada búsqueda de pareja que dure, por lo bajo, sesenta minutos.
IV
Cuando entre copas que se levantan y lágrimas que resbalan, los recién casados finalmente se van, la espesa bruma de la duda recién comienza: ¿Donde se van? ¿Que harán? ¿Cuanto tiempo más durará la fiesta? ¿Donde se fue mi novia? ¿Habrá ceviche?
V
Si la ceremonia del matrimonio es el ritual máximo al cual puede acceder una pareja enamorada, la posterior fiesta es en realidad una invitación a hacer lo mismo, una alarma con timbre de orquesta que te recuerda -a cada paso de baile, a cada flash de las cámaras- que tu puedes ser el próximo dueño de ese status reservado para aquellos que se aman locamente y son tan dementes que pretenden hacerlo para siempre.