5.14.2009

Marhaus



Texto aparecido originalmente en mi columna Ojos Bien Abiertos de abril/2009, en Diario El Universo.

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Hoy estoy de vacaciones. De hecho, llevo casi una semana en la playa sin dedicarme un solo minuto a cualquier cosa que pueda acuñarse bajo la denominación de "trabajo". Sinceramente, ha sido difícil. Jornadas de 14 horas vuelven casi imposible alejarme. Por fin en medio de la nada, mis manos tiemblan cada vez que recuerdo que no hay conexión a internet a varios kilómetros a la redonda. Patologías modernas.

Varado frente al mar, sin gente y sin buses, sin calle y sin mall, empiezo a notar la ausencia de diseño. Seguro, el edificio donde me alojo es diseño (arquitectónico) y la carretilla de helados a algunos pasos de distancia, igual. Sin embargo hablo de algo mas allá, de una idea mucho más sutil: en este lugar no existe abuso de diseño.

Es la revolución del siglo XXI: en Guayaquil todo se diseña. Desde el cepillo de dientes y su nuevo limpia lengua hasta el letrero luminoso de la panadería adornado con la fotografía del hijo del dueño. Revistas de colores cursis, vulgares logotipos generados por centros de copiado e impresentables vallas publicitarias.
Autos, celulares, mujeres: bienvenida la cultura del decorado. El diseño como tuning.
En parte se entiende: la supuesta función del diseño comercial es atraer, enganchar para el objetivo final, la venta. Gracias al cielo, la sobrecarga visual en la playa (talvez exceptuando los polos focalizados de explotación turística) no existe. Unicamente sol, arena y mar, pacientes y en su empaque original, inalterables, como quién se sabe dueño de algo que todos quieren y siempre buscarán.

Tal como si fuera saltando por sobre las mojadas rocas que observo a lo lejos, brinco de una idea a otra: recientemente leí sobre una histórica muestra de la Bauhaus a inaugurarse en Berlín durante el mes de julio.
Esta escuela de arte, arquitectura y diseño, nacida en 1919 y desbaratada por los nazis en 1933, expandió el concepto de “funcionalidad”, anteponiendo las necesidades de los seres humanos al decorado y lo superficial. Un mundo mejor a través del diseño.
Tal como lo muestra aquella imponente exhibición, el legado físico de la Bauhaus queda, pero sus enseñanzas se desvanecen con cada nuevo efecto del photoshop, con cada nuevo arquitecto ególatra y egoista.

Me asombra estar tan cerca de la ciudad –menos de 150 kilometros me separan de casa- y al mismo tiempo sentirme tan lejos. El efecto del sindiseño.
Antes de saltar hacia el mar, pienso en la Bauhaus y mi ciudad: estoy seguro que el diseño existe mas allá de publicaciones brillosas y construcciones barrocas.
Esperé por meses esta semana que hoy acaba. Talvez el diseño que necesitamos para vivir sea exactamente así, como mi ansiado descanso frente al mar. Bueno y poco.

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