Propuesto -y rechazado- para mi columna en Revista Sambo de Diario El Universo.
Desaparecer
para aparecer. No es un trabalenguas, es un objetivo. Los pretendientes viven
para eso. Aparecen como otra persona y con otra personalidad, dependiendo.
Ahora una cosa…un minuto después, otra. Pequeño listado: los que se hacen los
drogados, los borrachos, los aniñados, los moralistas, los experimentados
sexualmente. Adoptando personajes y cambiando disfraces según las
circunstancias.
Es
interesante la idea de ajustarse, adaptarse, mutar. Todos lo hacemos en mayor o
menor medida en nuestra vida diaria, en el trabajo, cuando vamos al centro
comercial, en una fiesta. Como en muchas otras situaciones, el exceso es lo que
lo vuelve interesante, complejo y siniestro.
En
La habitación cerrada, breve historia de la Trilogía de Nueva York,
escrita por el gran novelista americano Paul Auster, el ansioso protagonista
-sin proponérselo- empieza lentamente a transformarse en su fallecido amigo de
la infancia, casándose con la viuda y viviendo a través de sus logros
profesionales. Otra grande de las letras, Patricia Highsmith, retrata a un gran
pretendiente de la literatura, Tom Ripley, como un sociópata con el “talento”
para engañar, engatusar y -finalmente- matar. La realidad, tristemente, suele
emular a la ficción: No en vano, el infame James Holmes apareció armado hasta
los dientes en la premiere de Batman disfrazado del villano de la película;
desaparecer gente se digiere y disfruta mejor cuando no eres tu mismo.
Un
pretendiente es también alguien que busca vehementemente obtener algo o a
alguien: una novia, un trabajo. Clásicas situaciones donde adoptamos la
personalidad de un romántico empedernido o un formal ejecutivo para alcanzar el
objetivo.
Acá,
el travestismo social es parte de nuestro día a día. Guayaquil está construida
sobre agua y apariencias. Nuestro espíritu, arribista y pueblerino, asume la imagen personal como pieza
fundamental para el progreso. Los últimos trajes, los últimos autos, los
últimos en la fila para pagar la última cuenta del último bar del último mall
de una ciudad que está última en un montón de cosas realmente importantes. Todo
se trata de status, y no sólo aplica a millonarios o a quienes quieren
parecerlo. En mis paseos nocturnos encuentro a muchos pretendientes
intelectuales fáciles de reconocer: sombrero, bolsito tejido, lentes con o sin
aumento, parada quemeimportista y distante frente a algún bar de Las Peñas.
Status, sea con mocasines de cuero o con zapatos Venus.
No
hay que armar un gran alboroto acerca de todo esto. Al fin y al cabo, hay
quienes dicen que ya venimos desde nuestro nacimiento con la capacidad para
pretender. Los de signo Géminis, aparentemente, son los ejemplares más
diestros. Quién les escribe tiene
el dudoso honor de ser uno de los elegidos por los astros. ¿Pretendiente, yo?
Al menos hoy, en este mismo momento, creo que no.
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