9.27.2012

Textos descartados #1: Los pretendientes


Propuesto -y rechazado- para mi columna en Revista Sambo de Diario El Universo.

Desaparecer para aparecer. No es un trabalenguas, es un objetivo. Los pretendientes viven para eso. Aparecen como otra persona y con otra personalidad, dependiendo. Ahora una cosa…un minuto después, otra. Pequeño listado: los que se hacen los drogados, los borrachos, los aniñados, los moralistas, los experimentados sexualmente. Adoptando personajes y cambiando disfraces según las circunstancias.
Es interesante la idea de ajustarse, adaptarse, mutar. Todos lo hacemos en mayor o menor medida en nuestra vida diaria, en el trabajo, cuando vamos al centro comercial, en una fiesta. Como en muchas otras situaciones, el exceso es lo que lo vuelve interesante, complejo y siniestro.

En La habitación cerrada, breve historia de la Trilogía de Nueva York, escrita por el gran novelista americano Paul Auster, el ansioso protagonista -sin proponérselo- empieza lentamente a transformarse en su fallecido amigo de la infancia, casándose con la viuda y viviendo a través de sus logros profesionales. Otra grande de las letras, Patricia Highsmith, retrata a un gran pretendiente de la literatura, Tom Ripley, como un sociópata con el “talento” para engañar, engatusar y -finalmente- matar. La realidad, tristemente, suele emular a la ficción: No en vano, el infame James Holmes apareció armado hasta los dientes en la premiere de Batman disfrazado del villano de la película; desaparecer gente se digiere y disfruta mejor cuando no eres tu mismo.

Un pretendiente es también alguien que busca vehementemente obtener algo o a alguien: una novia, un trabajo. Clásicas situaciones donde adoptamos la personalidad de un romántico empedernido o un formal ejecutivo para alcanzar el objetivo.

Acá, el travestismo social es parte de nuestro día a día. Guayaquil está construida sobre agua y apariencias. Nuestro espíritu, arribista y pueblerino, asume  la imagen personal como pieza fundamental para el progreso. Los últimos trajes, los últimos autos, los últimos en la fila para pagar la última cuenta del último bar del último mall de una ciudad que está última en un montón de cosas realmente importantes. Todo se trata de status, y no sólo aplica a millonarios o a quienes quieren parecerlo. En mis paseos nocturnos encuentro a muchos pretendientes intelectuales fáciles de reconocer: sombrero, bolsito tejido, lentes con o sin aumento, parada quemeimportista y distante frente a algún bar de Las Peñas. Status, sea con mocasines de cuero o con zapatos Venus.

No hay que armar un gran alboroto acerca de todo esto. Al fin y al cabo, hay quienes dicen que ya venimos desde nuestro nacimiento con la capacidad para pretender. Los de signo Géminis, aparentemente, son los ejemplares más diestros.  Quién les escribe tiene el dudoso honor de ser uno de los elegidos por los astros. ¿Pretendiente, yo? Al menos hoy, en este mismo momento, creo que no.

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